Spanish views on Gibraltar

Ángel María Monti, Historia de Gibraltar (1851)

Not much is known about Ángel María Monti other than he was a Spanish journalist based in Madrid. His ‘Historia de Gibraltar’ offers us an interesting glimpse into the way nineteenth-century Spaniards reacted to the idea of British Gibraltar.

En la region mas meridional de toda Europa, y hácia el extremo Sur de la Peninsula española, existe un extraordinario promontorio generalmente conocido bajo el nombre de peñon de Gibraltar. Seguramente serán muy pocas las personas que desconozcan la existencia de aquel encantado peñasco; pero semejante á la de Dios á quien todos conocemos y adoramos, son menos las que se fijan á observarlo de cerca, contemplando apercibidas sus maravillas. Si, aquella prodijiosa y eminente roca desprendida y como aherrojada del resto de la Europa, parece vigilar en actitud imponente, á la manera de atalaya ó avanzada centinela, sobre la superficie de dos poderosos mares, que á la vez mezclan y confunden sus aguas. Tal es el cuadro de encantadora poesiaque presenta Gibraltar en perspectiva. Acaso por esta mágica influencia ha sido y es (desde un tiempo casi inmemorial,) el punto de contacto de las miras ambiciosas entre algunos pueblos del continente europeo. Su topografía, la situacion pintoresca que ocupa, la respectiva entre Europa y África y sus rélaciones con todas las potencias maritimas del globo, hacen á Gibraltar susceptible de alguna interdiccion en los acontecimientos y trastornos politicos que han tenido lugar entre las grandes naciones de Europa. Sin embargo, parece que estaba reservada la posesion de tan interesante punto á los hijos de la altiva Albion, y un destino de injusta predileccion arrancara á Gibraltar de las manos de sus antiguos dueños, para servir hoy de guarida á las fantasmas de Escandinavia.

Desenrollados en nuestros dias los gérmenes de la civilizacion y de la inteligencia que en otros mas densos y menos claros la politica y la intolerancia encadenaran, el mágico poder de la imprenta multiplica las creaciones de Guttemberg como las estrellas del firmamento, y los hombres noblemente estimulados por una gloria que forma acaso su mas bello ornato, desnudan los alados brutos del ropaje que les diera la madre comun, para trasmitir sus adelantos á la posteridad que los espera; y mil y mil producciones dificiles de clasificar, pero que en lo general pueden mirarse como la espresion del pensamiento en su inquietud é inmovilidad nativas, ofrecen á la sociedad culta los adelantos del siglo en que vivimos, ora por desgracia, ora por fortuna.

Pero si la civilizacion, en lenguage figurado, es como el vapor de las ideas.... la sublime elevacion de los principios en su creacion; si la prensa es un intérprete de las necesidades cotidianas que ha de seguir á la sociedad en todos sus pormenores, en todas sus incidencias, justo era y aun necesario que para llenar cumplidamente los grandes objetos á que está destinada, se consagraran algunas páginas á la memoria de Gibraltar, puesto que tantos y tan heróicos recuerdos ofrece á la consideracion de los hijos de Iberia. Hemos acojido esta idea con mayor interés, á causa de que, desde mediados del siglo pasado nada nuevo se ha dicho (por lo menos en castellano), sobre materia tan interesante como descuidada. Empero antes de lanzarnos en la basta inmensidad de esta narracion y seguir la huella de sus descripciones, creemos conveniente y aun necesario emitir un rápido bosquejo que sirviendo de preliminar, conduzca á los lectores con mas seguridad al resultado de la idea que nos hemos propuesto. En consecuencia, sea cual fuere la opinion que deba adoptarse acerca del origen de Gibraltar, de las gloriosas épocas que recuerda y de su preciosa y poetica planta, no se puede dudar que ofrece interesante materia á la admiracion de los hombres, aun los menos ilustrados, puesto que las playas que lo ciñen estan señaladas generalmente por casi todos los autores griegos y latinos, como el punto de arribo de los principales héroes de la fábula y de la historia.

La elegante perspectiva de Gibraltar vista desde un punto centrico de la gran bahia que decora: la situacion que ocupa por su topografia en el continente europeo: sus relaciones geodesicas con las monntañas de África vecina y el cuadro en fin de encantadora poesia que presenta, remontan la imaginacion del observador curioso á la region de las ilusiones, trasportandole desde el jardin de las Esperides á la isla Atlantida, y de los oscuros tiempos de Gérion á las hazañas fabulosas del héroe Tebáno. Convienen los historiadores antiguos, en que Hércules Alcides fué el primero que diera celebridad á este monte conocido por la tradicion bajo el nombre de Calpe y que fijando-en él una de sus dos famosas columnas, propiamente llamadas de Hércules, esculpió en ellas el inmortal lema de Non plus ultra.

Mr. Dumont D' Urville en su viage pintoresco al rededor del mundo, dice entre otras cosas hablando de Gibraltar: “La vista de este formidable limite del continente européo recuerda los diversos nombres impuestos sucesivamente á la roca, y que excitan la «memoria de un gran número de vicisitudes históricas. Bajo el «antiguo nombre de Calpe, parece atestiguar la existencia de Hercules y los trabajos de aquel semidios que, haciendo retroceder el «monte Abyla, hizo fraternizar ambos mares. Igualmente recuerda «el viage que refiere la Odisea de Ulises, que en el preciso término de un dia pasó de la isla de Calipso, situada en los umbrales del Atlantico, al terrible estrecho de Mesina, entre Scila y Caribdis, para cuya prodigiosa travesia, que aun en linea recta no comprende menos de veinte y un grados, no era suficiente por cierto «la poderosa proteccion de Minerva.”

Fernán Caballero, El Ex-Voto (1863)

Fernán Caballero was the pseudonym of Cecilia Francisca Josefa Böhl de Faber, a Spanish novelist born in Morges, Switzerland. She is best remembered as the author of ‘La Gaviota’, a short romantic novel which she originally wrote in German and later translated into Spanish. In ‘El Ex-voto’, Caballero writes about the experiences encountered by two Gibraltar-based Englishmen during a short journey into the Spanish hinterland.

La voluntad inglesa es una fuerza motriz de incalculables caballos normandos. Un inglés muy simpático - a sus paisanos - se ha propuesto que esta voluntad omnímoda realice la famosa y fantástica palanca de Arquímedes: a las fuerzas de Atlante reúne los caprichos de una manceba real, y el despotismo de un niño muy mal criadito. Así es, que si un hijo del país, cuyas blancas costas le valieron de los romanos el nombre de Albión, dice, por aquí meto la cabeza, lo hará, sin que le arredren calamorrazos, chichones, achocazos ni descalabraduras.

Aplicando estas reglas generales al pequeño cuadro de la relación que vamos a hacer, nadie extrañara el ver salir de Gibraltar a dos ingleses, con intención de seguir una marcha en línea recta hasta Roncesvalles, sin llevar más guía que sus narices. Mister Hall había dicho a Mister Hill:

- Iremos los dos solos e inseparables, como los Gemelos en el Zodiaco. Cádiz, a donde nos dirigimos primero, no es el polo, para que podamos correr el riesgo de perdernos, como el capitán Franklin.

- Por supuesto - contesto Mister Hill -; el perderse, - añadió suspirando - es un placer con el que han acabado las luces del siglo. El globo está ya explotado.

Diciendo esto los dos amigos, el uno alto y el otro bajo, metieron las espuelas a sus pobres caballos, que deseaban morir para descansar, costearon la bahía, pasaron por Algeciras, subieron una cuesta pendiente como una escalera, y llegaron a las cumbres de las últimas alturas de la sierra de Ronda, que se acercan al mar, como para contemplar su gran hermosura en ancho espejo. Allí se hallaron en una encrespada selva de encinas y alcornoques, que se vestían y engalanaban con las zarzas, la yerba y las vides silvestres, que en sus valles escondían arroyos entre adelfas, y borraban las huellas del hombre con su vigorosa vegetación. Así fue que nuestros viajeros quedaron perdidos en un decir good by : tan perdidos como Mister Hill podía desearlo, logrando disfrutar los dos amigos el deleite de andar varias horas errantes por una selva agreste, como Pablo y Virginia. Por fin, al llegar a un alto algo más despejado de arbolado, divisaron el ancho mar, al que habían venido acercándose, y al pie del monte un valle que tenía por límites, a la izquierda una angosta playa de dorada arena, - puesta por Dios entre el mar y la tierra como inexpugnable baluarte - y a la derecha un pinar tupido y áspero, como una maciza puerta, con la que se cerraba el valle. Sentado en la mullida alfombra que le proporcionaba la yerba que cubría el suelo, estaba un pueblecito misántropo, que teniendo al frente el mar con su inmensa monotonía, a su espalda el grave y oscuro pinar, a los lados las intrincadas sierras, parecía haberse colocado allí para disfrutar de todas las soledades. Antes de llegar al lugar se veían algunos álamos blancos, que habiendo crecido bajo el constante azote del viento de la mar, habían adquirido una actitud doblada y doliente, y sombreaban con vacilante e inquieta sombra un profundo y ancho pozo, con su pilón adyacente, que servía de abrevadero a los ganados.

A la entrada del pueblo había una robusta y fornida alcantarilla, con pretensiones de puente, la cual salvaba un barranco poco profundo, que en invierno servía de desagüe al prado. Pero a la sazón, habiendo pasado la estación de las lluvias, abría la alcantarilla un tremendo ojo al ver llegar a rendirle homenaje y pasar bajo su férula, no un apacible arroyo, ni menos un soberbio torrente, sino una manada de gorrinos. Adornaban la cabeza de esta alcantarilla, -obra del arte y honra del lugar-dos pilares perfectamente cuadrados, que terminaban, uniéndose amistosamente, las cuatro esquinas, y sellando esta unión con una alcachofa o cosa parecida, que por ser únicas en su especie, no tienen clasificación ni en la horticultura ni en la arquitectura. Cuando se había concluido aquella mejora urbana, la alcantarilla, y aquel embellecimiento del aspecto público, los postes, con pretensiones a pertenecer, aunque por casta degenerada, a la familia de los obeliscos, o columnas monumentales, el Alcalde encargó al maestro de primeras y únicas letras del lugar, un letrero o inscripción, para memoria y señal de la época en que se hizo, y de las personas que en ella actuaron. Lo único que le advirtió fue que diese aquel letrero testimonio de todo el profundo respeto que tenía el pueblo a la Religión, y del que las autoridades profesaban a la Constitución. El Maestro de primeras letras, que era expeditivo, escribió en dos por tres, en vino de los postes, con unas letras gordas y robustas, como los chiquillos que iban a la escuela, la siguiente inscripción:

Detente aquí, caminante;

Adora la religión,

Ama la constitución

Y luego... pasa adelante.

En el otra poste estaban consignados el día, mes y año en que se levantó e inauguró tan soberbio monumento, con los nombres del Alcalde que corrió con la obra, del albañil que la llevó a cabo, y del alfarero que hizo los ladrillos.

Aquel día memorable hubo fiestas y regocijos públicos, que constan en los fastos del pueblo. Consistieron en un toro de cuerda y seis cohetes; y para fijar más indeleblemente la memoria de tan fausto día, el toro cogió por los fondillos al Alcalde, que, sorprendido por la llegada de la fiera, no halló más medio de salvación que subirse por una reja. Pero no pudo verificarlo con bastaste ligereza para poner a tiempo fuera del alcance de las astas del toro la parte que en su niñez tampoco había podido poner fuera del alcance de los azotes.

Pasada la alcantarilla, lo primero que se encontraba era un ventucho, cuyo repuesto consistía en un mal barril de vino y otro peor de aguardiente.

El ventero que solía tener por parroquianos, -gracias a la proximidad de Gibraltar, esa úlcera de España- una porción de perdidos, desertores, presos fugados, contrabandistas y vagos; que veía a estos deudores, poco escrupulosos en el pago, detenerse las horas muertas en su establecimiento, dar sangrías a sus barriles, armar camorras y escurrirse sin pagar, había escrito por vía de muestra, y a manera de estatutos de su establecimiento, con tremendas letras de furibundo almagre, coloradas como pavos, esta cuarteta, modelo de estatutos y de concisión.

Vamos entrando,

vamos bebiendo,

vamos pagando,

vamos saliendo

Nuestros blancos hijos de Albión llegaron algo parecidos a las pieles rojas de América, por las caricias del sol español. En la alcantarilla no se detuvieron; la pasaron sin adorar a la Religión ni amar a la Constitución; sin que por eso el monumento encargado de hacer observar estos preceptos, como verdadero poste, les tirase su alcachofa a la cabeza. Cuando llegaron a la venta, habiéndose orientado, pidieron al ventero les proporcionase un guía que les condujese a Vejér, que era el pueblo más cercano. Mientras el ventero iba a evacuar esta diligencia, y los infelices caballos descansaban un rato, fueron sus dueños a dar una vuelta por el pueblo.

Llegaron a la plaza en que estaba la iglesia, que les sorprendió por su buena apariencia, y suplicaron al sacristán, que estaba en los porches, que se la enseñase. El sacristán, con esa obsequiosidad tan espontánea en el pueblo de España, se apresuró a franquearles la entrada del templo, con todo el inocente placer que se siente al ver a otros admirar y venerar los objetos que nosotros mismos admiramos y veneramos. Pero ¡cuál no sería la triste decepción del pobre sacristán, cuando en lugar de la admiración devota que aguardaba, solo vio a aquellos señores levantar los hombros con desden y sonreírse con escarnio! En el mundo estamos, por desgracia, tan acostumbrados a ver la osadía con que la impiedad, ataca y hiere de frente nuestras más arraigadas convicciones, nuestras más profundas creencias y nuestros más dulces y suaves sentimientos, que nuestros corazones, después de quebrarse, se han encallecido; es decir, oyen escandalosas impiedades, sin que estas les causen ya más impresión que la de triste lástima. Pero para el sacristán de aquel lugar apartado y humilde, fueron tales demostraciones como una capa de nieve echada sobre un recién nacido.

La primera cosa que chocó a aquellos forasteros, que se denominaban con el honorífico dictado francés de espíritus fuertes, -pero acá llamaremos con más propiedad ignorantes materialistas-, fue una hermosa imagen de la Virgen, que bajo su dulce y metafórica advocación de la divina pastora (que lo es del rebaño del que su Hijo es pastor), estaba colocada en el altar mayor, rodeada de sus ovejas, metáfora tan universal, que hasta los mismos protestantes llaman a sus curas pastores. Nuestros viajeros, a pesar de que venían por cuenta de una junta bíblica, esparciendo Biblias, es de presumir que jamás habían leído el Nuevo ni el Antiguo Testamento, pues tanto les sorprendió el culto a la Madre de Dios, que su Divino Hijo instituyó en la Cruz, y tampoco se hacían cargo de las figuras conque en ambos Testamentos se hacen palpables estas altas verdades al limitado entendimiento del hombre.

Así fue que Mister Hall dijo a Mister Hill:

-El campo en este país sólo presenta eriales, selvas enmarañadas y desiertas: en cambio, en las iglesias hallamos la Arcadia! ¿Qué significa esta Filis?

-Esto -respondió en tono decidido y dogmático Mister Hill-, es uno de los ídolos, que adoran los españoles en lugar de adorar al Divino Hacedor.

-¿Pues qué, no creen en el Ser Supremo? -preguntó Mister Hall.

-No le conocen, dear fellow -contestó el interrogado. Dear fellow quiere decir querido compañero, y es expresión extremadamente usual entre los hijos de Albión.

El dear fellow; que la echaba de humorista (esto es, de gracioso y original con chiste), hizo brotar de sus labios un manantial de agudezas capaces de batir en brecha la gracia andaluza y la sal ática, con su ariete de mostaza.

Diole ancho pábulo a explayarse, un cuadrito, no bien pintado por cierto, el que llevando su lema en un ángulo que con grandes letras decía Ex-voto pendía al lado de un altar. Era este altar de mármol blanco y negro, y sobre él se alzaba una gran cruz de ébano, de cuyos brazos colgaba un fino suDarío, guarnecido de encajes, y a cuyo pie se veían la corona de espinas y los clavos de maciza plata.

El cuadrito del Ex-voto, que con preferencia a otros suspendidos al lado del altar de la cruz, había atraído la atención de estos aprovechados viajantes, mostraba sobre el oscuro fondo de un pinar una cruz alzada sobre una sencilla peana de cal y canto, de cuyos brazos pendía una guirnalda de flores, tal como se ve en todas las cruces en los días designados particularmente a su culto, a principios de mayo. En la parte delantera del cuadro se veía a un hombre con un puñal en la mano echando al suelo a otro, que al caer se asía a una cruz clavada en el suelo entre la maleza.

-¿Ha visto Vd. jamás, -decía Mister Hill a su querido camarada - ha visto Vd. jamás pintar en una iglesia una escena de latrocinio y asesinato?

-Será -respondió el interrogado, Salomón sin sal- un altar consagrado al santo a quien hayan instituido patrono de los puñales.

Los dos dear fellows se rieron del modo con que dice Homero se reían los dioses en el Olimpo, ¡sin duda sería cuando veían hombres tan ridículos como aquellos!

-¡Cruces y puñales! -dijo el fellow número uno

-¡Sangre y oraciones! -añadió el fellow número dos.

-¡Superstición y estupidez! Eso sí que se encuentra aquí; pero según voy viendo, ni un solo comfort.

-¿No le parece a Vd., amigo, que estos cuadritos, estos mamarrachos, prueban que Murillo[1] y su arte son cosas fantásticas e inventadas por los romanceros que inventaron al Cid; y que nunca han existido en este país de pésimos caminos?

-Podrá Vd. muy bien tener razón, querido señor.

Lo que es indudable es, que poner unos cuadritos tan mal pintados en una iglesia, es contra el decoro del templo, la gravedad de la contemplación y la dignidad del culto.

¡Lector mío, que vives quizas apartado del trato de protestantes, o de hombres que no tienen religión, y que dan a entender, que si no siguen la nuestra, no es por ser ellos soberbios e incrédulos, sino por falta de la religión, que no está a la altura de su sabiduría! Sabe, decimos, que cuando salen muy tiesos a relucir el decoro, la gravedad y la dignidad, tratándose de estas materias, es porque al amor, al fervor, a la fe, en fin, a las virtudes de arriba, se han antepuesto las de abajo.

-Es una gran irreverencia -dijo Mister Hill.

-Un desacato, querido -respondió el otro.

-Una ridiculez, amigo.

-Una impiedad, Sir.

-Una profanación, dear.

-Señor, -dijo el más Salomón acercándose al sacristán- quema tú esos nonsenses (contrasentidos), o dalos a tu baby (niño chiquito); y toma, -añadió dándole una Biblia- aquí tienes la verdad, que no sabes, y que hallarás en las Santas Escrituras, que no conoces.

Con esto se alejaron los interesantes misioneros, riéndose, y dejando al sacristán con la boca abierta.

-¡No pueden ser cristianos! -murmuró al fin-; serán judíos, de los muchos que hay en Gibraltar, entre otros géneros prohibidos.

Ahora, a fuer de católicos, españoles y amigos de la ilustración en su sentido genuino, que es dar luz al entendimiento y aclarar un punto o materia dudosa, referiremos el origen y significado del Ex-voto en cuestión, por ser curioso comparar el hecho católico con la interpretación protestante; el caliente corazón que siente y acierta, con la fría razón que juzga, mide con su compás... ¡y yerra! la elevación y poesía del alma religiosa que se levanta hacia Dios con sus blancas y brillantes alas, y el prosaico y mezquino razonamiento escéptico, que con sus pies de plomo, tropieza por su seca y estéril senda; seguros de que casi todos dirán con nosotros las palabras de San Pablo: ' ¿Por qué ellos enferman y yo no enfermo? ¿por qué se queman y yo no me quemo?

Francisco María Tubino, Gibraltar: ante la historia, la diplomacia y la politica (1863)

Born in San Roque in 1833, Francisco María Tubino y Oliva was one of the Campo de Gibraltar’s most famous nineteenth-century men-of-letters. Journalist, art historian and member of the Real Academia de Bellas Artes, he wrote for a variety of regional and national newspapers. ‘Gibraltar: ante la historia, la diplomacia y la politica’ is considered his finest work of political polemic. He is also remembered as one of the founding fathers of the ‘Andalucista’ movement.

La bahía de Gibraltar forma parte de la gran ensenada del mismo nombre que se extiende entre las puntas de Europa y del Carnero. Empezando por la segunda, hállase á dos millas la torre de San Garcia y cala de Getares: la costa continúa hácia el Norte erizada de arrecifes, hasta encontrar el muelle de Algeciras, frente al cual y á distancia de una milla, se halla la Isla Verde. A dos millas y tres cuartos de Algeciras, siempre al Norte, existe el tenedero del rio Palmones. La playa se inclina al Sur y forma el surgidero de Puente Mayorga, que es el más seguro de la ensenada. Hállase despues otra cala frente á Punta Mala y en seguida se entra en las aguas de la bahia de Gibraltar.

Entre las dos extremidades máximas de la ensenada hay una distancia de más de quince kilómetros y el eje de ella mide casi lo mismo. Anclase en la bahia de Gibraltar á una distancia de mil varas de las murallas con seis brazas de agua hasta setenta y cinco con fondo de arena. Se halla abrigada contra los vientos Este y Noroeste, pero es estrecha y en tiempo de guerra con España excesivamente reducida.

El mejor punto de anclaje es el surgidero de Puente Mayorga, donde pueden guarecerse de todos vientos más de doscientos buques de alto bordo en diez brazas de agua hasta setenta y cinco con fondos limpios.

Tiene la Ciudad unos seis mil pies de longitud por mil de latitud, y está atravesada por una gran vía designada con el nombre de Main Street por los dominadores, y con el de Calle Real por los españoles. Ella es el centro del comercio y de la animacion durante el dia, encontrándose en el gentío que la inunda representantes de todas las razas y naciones comerciales. Gibraltar carece de monumentos. La Iglesia Católica, la Bolsa, la Biblioteca militar, el Palacio del Gobernador (The convent) los pabellones y cuarteles son buenos edificios, sólidos, cómodos, pero fríos, sin nada que revele el sentimiento del arte. El castillo árabe que los españoles ocupaban se conserva, modificado en parte. Sirve de prision civil y de morada á las familias de los oficiales de artillería que están casados. Bonitos paseos cubren las laderas del monte, y el espacio que media entre la Ciudad y Europa, dando vista al mar cuyo ímpeta contienen, las robustas baterías. Y á pesar de todo, el aspecto de Gibraltar es triste y monótono. Un viajero moderno ha hecho en pocas palabras una pintura gráfica de este pueblo. "Difícilmente, dice, encuentra allí el al"ma el grato solaz que proporciona la contem"placion de los objetos comprendidos bajo el "dominio de las bellas artes. Ni unmonumen"to antiguo que nos recuerde épocas notables "de la historia nacional se presenta para ates"tiguar nuestras pasadas grandezas; ni un mu"seo, ni una academia nos dá á entender que "allí se estiman tan preciosos conocimientos: "en suma, nada de poesía, nada que halague "la imaginacion entusiasta del artista."

El vecindarío de Gibraltar tan abigarrado como heterogéneo ascendía en 1859 á diez y ocho mil quinientos habitantes, repartidos del modo siguiente:

Católicos.. . . 15500, Judíos 2050, Protestantes 900, Moros 50

De estos, once mil quinientos son naturales de la plaza, tres mil quinientos españoles, dos mil italianos y el resto pertenece á distintos paises.

La guarnicion de infantería y artillería por sí sola no baja nunca de cinco mil hombres. Está alojada, como hemos dicho, en cuarteles construidos en los muros, recibe un gran prest y goza de libertades desconocidas en el ejército español.

Hay dentro de la plaza magníficos algibes y cisternas donde se recogen las aguas que han de servir para el uso público y privado.

Los víveres vienen de la costa española y de la africana. Un vapor trasporta semanalmente desde Tánger gran número de reses vacunas.

La Colonia, llamada the garrison, (la guarnicion) por los ingleses, está sujeta al mando de un Gobernador militar de la clase de generales, que reasume casi todos los poderes, obrando dentro del círculo que le trazan leyes especiales y su criterio. No se conocen los derechos políticos en ninguna escala, pues ni aun se permite la publicacion de periódicos. Uno se conoce titulado La Crónica de Gibraltar redactado en el idioma de los ocupantes. Se limita á dar noticias y á reproducir las disposiciones oficiales de las autoridades.

El domicilio es un asilo inviolable. La libertad de comercio omnímoda. Adminístrase la justicia por un tribunal compuesto de un juez y de un fiscal, ámbos letrados, en union con un jurado de diez y nueve miembros. No se conocen los fueros. Son jurados todos los cabezas de familia, entre los que se sortean los que son necesarios para los juicios. Cada tres meses celebra sus sesiones el jurado. Sus fallos son apelables á Lóndres. Los negocios de menor cuantía se deciden por un juez especial, sin apelacion. La policía está á cargo de un magistrado con los inspectores necesarios: aquel interviene en cuanto pueda interesar á la Colonia, bajo la suprema direccion del Gobierno. Existe la libertad de cultos. Al católico pertenece la iglesia principal: los protestantes, los presbiterianos y los metodistas tienen tambien templos: los judios cuatro sinagogas. Para los asuntos comerciales se conoce una junta denominada Exchange comittee que dirime las cuestiones sin carácter alguno oficial.

Hablando con propiedad no existe presupuesto municipal. Las atenciones urbanas, como son la limpieza, el alumbrado, el piso de las calles, ó se ejecutan por los presidiarios ó por empresas particulares que se entienden con los funcionarios superiores. La Colonia paga impuestos sobre la propiedad territorial y los establecimientos de comercio ó industria. Tambien paga un crecido derecho sobre los vinos y licores que se introducen para el consumo. Con el producto de estas rentas y del derecho sobre los buques que anclan en el puerto, se abonan sus enormes sueldos al Gobernador, Tribunal de justicia y policía, aplicándose el residuo á pensiones y cargas públicas; todo por supuesto resuelto gubernativamente ó sin que los vecinos tengan derecho á conocer la inversion que se dá á lo recaudado.

Los productos en 1860 debieron ascender á treinta y dos mil doscientas veinte libras esterlinas, y los gastos á veintiocho mil novecientas veinte. En la primera partida figuran doce mil libras que se extraen del impuesto sobre vinos y licores. El gobierno central costea los gastos de fortificaciones y guarnicion, que no bajan anualmente de millon y medio de duros, constituyendo una carga onerosísima. Son muchos los buques que frecuentan el puerto. En 1858 entraron mil cuatrocientos cincuenta y seis vapores. Buques de vela, comprendiendo las entradas y salidas, cinco mil cuatrocientos ochenta y cinco, con un millon novecientas mil toneladas de trasporte efectivo. Además ocho mil veinticuatro embarcaciones de velas latinas, dedicadas al comercio de cabotaje. El pabellon inglés cubría dos mil trescientos noventa buques de vela y vapor, y el francés cuatrocientos treinta y seis. La industria local está circunscrita á la elaboracion de cigarros que ocupa dos mil personas. El comercio de importacion y exportacion con Inglaterra as cendió en el año citado á treinta y ocho millones de francos. Gibraltar exporta lanas, plomo, sal, cuero y granos procedentes del territorio español y marroquí. Hecibe en cambio tegidos, armas, quincalla, cartonería, mobiliario y otros efectos.

En Gibraltar no hay costumbres, ni espíritu público, ni tradiciones. La variedad de su poblacion hace que todos se consideren como transeuntes. Allí no se ama más que el hogar, pues la vida exterior no tiene ni alicientes ni inspira cariño. Cada uno vive para sí, procurando obtener un buen balance en fin de año, pues casi la totalidad del vecinDarío se dedica al comercio. Desconócese la sociedad organizada como en Francia ó en España. Cada clase mira con desden á las demás y no sale de su círculo. Todos son orgullos, todas pretensiones insostenibles ante la buena razon. El elemento militar impera sobre todo. Siguen los empleados: un polizonte es un hombre importante, un simple inspector una eminencia. Unos y otros tratan á las paisanos fcimliansj con bastante despego. La oficialidad vive separada de todo trato íntimo con los naturales, y se ocupa de sus ejercicios y diversiones, en las que gasta sumas inmensas. Los judios son mirados con el más insigne desprecio. Todos se consideran autorizados para maltratarlos de obra 6 de palabra. Entre los ingleses se encuentran tipos consecuentes con la idea que del carácter nacional se tiene formado. Frios en el exterior, pero formales; parcos en ofrecimientos, pero verdaderos y consecuentes amigos cuando os han franqueado la entrada en su casa. La poblacion española no es la más recomendable, pues forman en ella personas de malos antecedentes que se han refugiado con sus faltas ó sus crímenes en la Colonia. No hay virtudes cívicas. El cuidado de cada uno consiste en respetar á los demás para que á su vez lo respeten. Añádase á este deber el de agenciar mucho para disfrutarlo con los suyos y el no contrariar en lo más mínimo la suprema voluntad del Gobernador, del Juez ódel Magistrado que son las lumbreras de la Colonia.

Reina una completa tranquilidad. No se cometen crímenes con frecuencia porque el castigo es instantáneo. La prostitucion no tiene límites. Por todas partes se exhibe con insultante descaro, llenando de vicios á la juventud que no tiene horizontes donde espaciar su alma, ni donde levantarla al impulso de relevantes pensamientos. El uso de la bebida está muy desarrollado, y los asesinos y ladrones de media España buscan allí asilo, como hemos dicho, seguros de la impunidad. ¡Cuántos crímenes no se cometen en las cercanías de la plaza contando con la seguridad de un refugio! Solo existe derecho de extradicion ¿contra quiénes? contra los infelices desertores del ejército, y eso quizás porque á los ingleses les conviene, puesto que de otro modo no podrian reclamar á los soldados que se pasan á nuestro territorio. Los contrabandistas y jaramperos de Andalucia y Murcia que tenian en Gibraltar sus guaridas, han venido á una completa ruina. Las rebajas introducidas en los aranceles, el progreso de la industria española, y la mejor organizacion del resguardo de mar y tierra, han traido este beneficio. En la frontera española se ha establecido una aduana por donde se admite cierto número de efectos. Si el Gobierno español quiere creernos, debe suprimir esta oficina que dá ocasion á monopolios y fraudes de mal género. Sucede lo que con los consumos en las grandes capitales. Los artículos introducidos se expenden á los consumidores como si hubieran devengado los derechos de arancel, lo cual siempre no es exacto, si hemos de dar oidos á la vindicta pública, que clama contra estos abusos. Los valores comerciales de la plaza que en los buenos tiempos ascendian ¡i ciento veinte millones de francos durante un año, no llegan hoy ni á una tercera parte. El duque de Valencia, animado de un sentimiento patriótico que nos complacemos en reconocer, quería ver cubiertas de yerba las calles de Gibraltar. Puede que llegue el dia en que se realicen sus votos, que deben ser los de todo buen español, por más que no les mueva á pensar así ningun sentimiento de ódio personal contra los ingleses. Mientras más adelante la nacion en el camino de la prosperidad, más ha de decaer Gibraltar. Nosotros, que lo conocemos muy de cerca, tenemos en su estado económico un seguro barómetro para medir los grados de nuestro desenvolvimiento comercial y manufacturero. Gibraltar ha sido una sanguijuela que nos ha chupado muchas libras de sangre: ahora explota á los infelices africanos. La perniciosa influencia de esta Colonia, donde Mercurio ejerce un omnímodo imperio, alcanza á los pueblos del Campo, especialmente á Algeciras, San Roque y la Línea, puntos donde la industria es casi desconocida, habiendo vivido sus habitantes por muchos años dedicados al contrabando, foco de inmoralidades y otros males. Hoy que aquel está muy perseguido, reina la más espantosa decadencia en los mencionados distritos, viéndose sus naturales obligados á emigrar al interior de la Península en busca de pan y de trabajo que allí no hallan. San Roque, donde moralmente residía la ciudad de Gibraltar, que no tiene más que su agricultura, y esta bastante reducida, hasufrido más que Algeciras que al fin es puerto de mar. Por eso en el primer punto la propiedad urbana ha bajado en pocos años más de un cuarenta por ciento, no aconteciendo lo propio con la rústica por el impulso que á la industria agrícola han dado los labradores que de la Serranía de Ronda han acudido á su término, ganosos de hallar un premio á su laboriosidad. La ciudad se vá quedando desierta, las antiguas familias se extinguen á toda prisa, ó pierden su influencia, y en su lugar se levantan otras extrañas y advenedizas, sin antecedentes ni méritos, que harán desaparecer el elevado carácter moral de aquella poblacion nobilísima, refugio principal de los heroicos españoles que abandonaron á la Colonia cuando fué conquistada por los ingleses. Esto contribuye á la decadencia que deploramos, pues no hay quien levante la voz pidiendo proteccion y amparo. Todo es egoísmo, miseria ó indiferencia.

Note: [1] Bartolomé Esteban Murillo (1617-1618) was of the most famous Spanish Baroque painters.


If you've enjoyed these extracts, why not check out my book Georgian and Victorian Gibraltar: Incredible Eyewitness Accounts on Amazon?